jueves, 23 de mayo de 2013

La construcción del conocimiento durante la práctica terapéutica


Por: Fernando Guízar Pimentel
Existen muchos aspectos a considerar en la relación paciente-terapeuta si es que se requiere un análisis formal de la dinámica de la terapia. Desde la perspectiva de un terapeuta, cada sesión con el paciente constituye una oportunidad para incrementar su bagaje respecto al conocimiento de los mecanismos psíquicos y cognoscitivos. El paciente, por su parte, comparte de manera parcial y dosificada un cúmulo de experiencias, las emociones que estas despiertan en él y, según sea el caso, puede exponer de qué manera le afectan estas emociones provocadas por las experiencias y manifestar de forma directa estos sentimientos.
En numerosas ocasiones, el terapeuta tiende a interpretar la condición mental del paciente con base en la sintomatología particular que presenta. Sin embargo, dada la condición humana del terapeuta y por consiguiente los filtros de la subjetividad propios de la misma, lleva a una pregunta que es posible extrapolar a lo general: ¿Cómo percibimos y construimos nuestro conocimiento de la realidad? ¿Vivimos en una realidad objetiva que percibimos de manera parcial? Abierto el cuestionamiento de una realidad absoluta, ¿es posible enseñar?
El proceso de aprendizaje está estrechamente vinculado con el autoconocimiento. Gran parte de ello es cómo el ser humano se relaciona con sus emociones y sentimientos, y esta adquisición de conocimiento es posible sólo a través de un proceso de introspección riguroso y concienzudo. La labor del terapeuta es proporcionar pautas que faciliten el viaje de la realización personal, proporcionando herramientas que permitan al paciente crear su propio conocimiento en vez de transmitirle directamente sus propios paradigmas, filtrados de manera subjetiva de acuerdo a su contexto, su historia personal, su personalidad y su proceso psíquico. Los resultados pueden ser corroborados gracias por medio de una apreciación del estado general del paciente.
Desde mi punto de vista, la mejora del estado del paciente gracias a la terapia se optimiza cuando la aproximación del terapeuta respecto a la vertiente teórica y epistemológica de su práctica psiquiátrica es balanceada. Con ello, me refiero a los enfoques que el prestigiado psicólogo Carl Rogers denomina como “científico” y "vivencialista”, aparentemente contrapuestos el uno con el otro. Él mismo advierte de los peligros de otorgar una importancia exacerbada a la perspectiva empírica, dada nuestra propia condición subjetiva, pretendiendo que los  resultados sean “sanitizados”. Incluso la experiencia de los científicos más prestigiados indica que todo hallazgo científico cabe dentro de un margen de error por los parámetros y condiciones sobre los cuales fueron desarrollados los experimento, considerando además la impronta ideológica de los propios hombres de Ciencia –así, indicando su institucionalización con la mayúscula.
Un debate sobresaliente en el panorama moderno de la filosofía de la ciencia gira en torno a la cuestión de si es posible considerar los postulados científicos como principios subyacentes de la naturaleza del Universo, infalibles, irrevocables y casi sagrados. Esto no se encuentra muy alejado de una postura que raya en el fundamentalismo –siendo esto definido y entendido como la defensa irracional de una doctrina–  que va en detrimento del auténtico avance científico, ya que se aferra a postulados propuestos por las vacas sagradas del ámbito, pero pueden ya considerarse obsoletos debido a que han sido superado por nuevos descubrimientos y avances. Quienes nos suscribimos al humanismo racional, no podemos sino defender la proposición de que las distintas disciplinas científicas, como tal, son trabajada por el hombre y, por lo tanto, poseen pleno control sobre las mismas.