Por: Fernando Guízar Pimentel
Existen muchos aspectos a considerar en la relación paciente-terapeuta si es que se requiere un análisis formal de la dinámica de la terapia. Desde la perspectiva de un terapeuta, cada sesión con el paciente constituye una oportunidad para incrementar su bagaje respecto al conocimiento de los mecanismos psíquicos y cognoscitivos. El paciente, por su parte, comparte de manera parcial y dosificada un cúmulo de experiencias, las emociones que estas despiertan en él y, según sea el caso, puede exponer de qué manera le afectan estas emociones provocadas por las experiencias y manifestar de forma directa estos sentimientos.
Existen muchos aspectos a considerar en la relación paciente-terapeuta si es que se requiere un análisis formal de la dinámica de la terapia. Desde la perspectiva de un terapeuta, cada sesión con el paciente constituye una oportunidad para incrementar su bagaje respecto al conocimiento de los mecanismos psíquicos y cognoscitivos. El paciente, por su parte, comparte de manera parcial y dosificada un cúmulo de experiencias, las emociones que estas despiertan en él y, según sea el caso, puede exponer de qué manera le afectan estas emociones provocadas por las experiencias y manifestar de forma directa estos sentimientos.
En numerosas ocasiones, el terapeuta tiende a
interpretar la condición mental del paciente con base en la sintomatología
particular que presenta. Sin embargo, dada la condición humana del terapeuta y
por consiguiente los filtros de la subjetividad propios de la misma, lleva a
una pregunta que es posible extrapolar a lo general: ¿Cómo percibimos y
construimos nuestro conocimiento de la realidad? ¿Vivimos en una realidad
objetiva que percibimos de manera parcial? Abierto el cuestionamiento de una
realidad absoluta, ¿es posible enseñar?
El proceso de aprendizaje está estrechamente
vinculado con el autoconocimiento. Gran parte de ello es cómo el ser humano se
relaciona con sus emociones y sentimientos, y esta adquisición de conocimiento
es posible sólo a través de un proceso de introspección riguroso y concienzudo.
La labor del terapeuta es proporcionar pautas que faciliten el viaje de la
realización personal, proporcionando herramientas que permitan al paciente
crear su propio conocimiento en vez de transmitirle directamente sus propios
paradigmas, filtrados de manera subjetiva de acuerdo a su contexto, su historia
personal, su personalidad y su proceso psíquico. Los resultados pueden ser
corroborados gracias por medio de una apreciación del estado general del
paciente.
Desde mi punto de vista, la mejora del estado
del paciente gracias a la terapia se optimiza cuando la aproximación del
terapeuta respecto a la vertiente teórica y epistemológica de su práctica
psiquiátrica es balanceada. Con ello, me refiero a los enfoques que el prestigiado psicólogo Carl Rogers
denomina como “científico” y "vivencialista”, aparentemente contrapuestos el uno con el otro. Él mismo advierte de los peligros
de otorgar una importancia exacerbada a la perspectiva empírica, dada nuestra
propia condición subjetiva, pretendiendo que los resultados sean “sanitizados”. Incluso la experiencia de los
científicos más prestigiados indica que todo hallazgo científico cabe dentro de
un margen de error por los parámetros y condiciones sobre los cuales fueron desarrollados
los experimento, considerando además la impronta ideológica de los propios
hombres de Ciencia –así, indicando su institucionalización con la mayúscula.
Un debate sobresaliente en el panorama
moderno de la filosofía de la ciencia gira en torno a la cuestión de si es
posible considerar los postulados científicos como principios subyacentes de la
naturaleza del Universo, infalibles, irrevocables y casi sagrados. Esto no se
encuentra muy alejado de una postura que raya en el fundamentalismo –siendo
esto definido y entendido como la defensa irracional de una doctrina– que va en detrimento del auténtico
avance científico, ya que se aferra a postulados propuestos por las vacas
sagradas del ámbito, pero pueden ya considerarse obsoletos debido a que han
sido superado por nuevos descubrimientos y avances. Quienes nos suscribimos al
humanismo racional, no podemos sino defender la proposición de que las
distintas disciplinas científicas, como tal, son trabajada por el hombre y, por
lo tanto, poseen pleno control sobre las mismas.