miércoles, 26 de octubre de 2011

Crónica vigilante del pasado, visionaria del presente

Un comentario de la Visión del ParicutínSudario negro sobre el paisaje, de José Revueltas. Por Fernando Guízar Pimentel.

El volcán Paricutín emergió el 20 de febrero de 1943 en la meseta purépecha -punto neurálgico de una de las culturas más importantes del período postclásico de Mesoamérica. El mundo se sacudió desde que fue avisado del nacimiento de esta cavidad terrestre, pues era la primera vez a lo largo de la historia del hombre que se tenía la posibilidad de contemplar tan cercanamente un acontecimiento de esta naturaleza. Por ello, un sinnúmero de científicos, académicos, periodistas, artistas y demás curiosos provenientes de todo el mundo, así como corresponsales de los principales  medios de comunicación de ese tiempo, visitaron la zona aledaña, ya de por sí atestada de volcanes, para ver nacer uno más.

La visión que refleja José Revueltas de este evento en su en su crónica rebasa con creces el alcance de la que podría tener un reportero limitado a describir con la mínima injerencia y a seguir estrictamente el orden cronológico. Se aventuró a descifrar las emociones y, en algún grado, la ideología de los personajes a los que describe a partir de una interpretación fenomenológica del contexto en el que se desenvuelven, y esto lo hizo como una experiencia subjetiva muy peculiar. Inserta cuestionamientos en el texto que son simultáneamente  elegantes, válidos e ingeniosos, a los cuales nunca corresponde una respuesta unívoca.

Hubo matices en el comportamiento de las personas con las que convivió durante esta excursión que le permitieron vislumbrar sus motivaciones ocultas, rasgos de la idiosincrasia e imaginario del mexicano que están profundamente arraigados en su inconsciente colectivo. El léxico que Revueltas atribuye a los indígenas tarascos por medio de parlamentos es aparentemente atinado, pero lo verdaderamente interesante respecto a su habla se revela de otras formas; pudo detectar en ellos sentimientos complejos y contradictorios por medio de algunas inflexiones sus voces. ¿Cómo pueden hombres rebasados por las circunstancias expresar sus dolencias, transparentarse de manera justificable ante los rígidos esquemas sociales? Revueltas pudo encontrar que la razón por la cual estos hombres desamparados se embriagaban era un pretexto para que les permitiera llorar desinhibidamente. Hallaron en el alcohol un refugio temporal ante la adversidad. “Nadie vino con el carácter de decir ¿Qué tienen? ¿Qué les pasa?”[1], cuenta uno de los lugareños afectados. “Nadie nos llegó a visitar, a condolerse de nosotros, nadie nos llegó a dar el pésame siquiera...". Estas frases constituyen una síntesis de la visión desgarradora y resentida del nativo indígena.

Lo interesantes es que esta serie de actitudes son producto de un impacto recibido desde la época de las conquistas. Fue durante este período que se marcó de manera indeleble al nativo mexicano debido  la manera en que los españoles llevaron a cabo su empresa de penetración cultural por medio de la evangelización forzada, la destrucción de las civilizaciones en todos sus niveles y su eventual sustitución la cultura europea y, finalmente, por  el trato denigrante a los vencidos por parte de los invasores.  He ahí la clave de la actitud resignada del indígena, de su eterna melancolía y tristeza que, en este caso, se ve dignamente complementada con el paisaje desolador descrito.

Es importante recordar que el nacimiento del volcán marcó el renacimiento de tres comunidades purépechas. La vida de sus miembros, dueños legítimos de las tierras carbonizadas, cambió literalmente de la noche a la mañana, aunque no de manera inesperada para ellos: por medio su conocimiento empírico, lograron detectar cambios en la tierra, mismos que fueron reportados ante los oídos sordos de las autoridades municipales meses antes de la erupción. Ocho días antes de que el volcán iniciara su actividad, el presidente municipal de San Juan Parangaricutiro envió mensajes de alerta al gobierno estatal y federal, pero nunca recibió respuesta[2]. Las comunidades sufrieron los estragos de la indolencia y se vieron obligados a  partir hacia el éxodo, en una peregrinación sin guía ni rumbo fijo. Por lo menos los aztecas seguían el consejo de su dios tutelar en busca de una tierra prometida que identificarían por medio de señales precisas.

El pobre Dionisio Pulido fue puesto en una encrucijada existencial, un tremendo predicamento al saberse dueño de una propiedad intangible y de nulo valor práctico. He aquí su testimonio:
A las 4 de la tarde, dejé a mi esposa al fuego de la leña cuando noté que una grieta, que se encontraba en uno de los corrales de mi granja, se había abierto y vi que era una clase de grieta que tenía una profundidad solamente de la mitad de un metro. Me fijé alrededor para encender las brasas otra vez cuando sentí un trueno, los árboles temblaban y di vuelta para hablar a Paula; y fue entonces que vi cómo en el agujero, la tierra se hinchó y se levantó 2 o 2,5 metros de alto y una clase de humo o del polvo fino –gris, como las cenizas– comenzó a levantarse para arriba en una porción de la grieta que no había visto previamente. Más humo comenzó inmediatamente a levantarse con un chiflido ruidosamente y continuó y había un olor de azufre.[3]
Al pasear por varios pueblos del Corredor Tarasco, le fue posible a José Revueltas abordar una especie de máquina del tiempo. La impresión que tuvo del panorama fue como si hubiera retrocedido siglos; pudo percibir un ambiente incluso primitivo que lo remontó a épocas en las que ni siquiera se había finalizado la construcción de la parroquia local. La peregrinación y la actitud de sus participantes no hicieron más que corroborarle esta percepción de extratemporalidad. Por medio del sinarquismo resulta aún más evidente la personalidad temerosa y tendiente a la culpa del mexicano, tan opuesta, por ejemplo, a la concepción protestante de la Providencia. Esto nos lleva a cuestionar si será siquiera al Dios judeocristiano a quien dirigían súplicas de piedad, a quien rogaban para ser salvos de una catástrofe que modificara sus condiciones de vida, ya de por sí precarias. Tal vez podrían ser aquellos dioses sedientos de sed y exigentes de sacrificios los verdaderos destinatarios. No pudieron haber encontrado mote más apropiado que “el padre geólogo” para Ezequiel Ordóñez, pues funge como verdadero evangelizador. La diferencia en esta ocasión radica en que son la ciencia y el razonamiento lógico la religión que viene a propagar. Se les explica a los indígenas que los volcanes brotan a  manera de liberación de los gases y flujos que circulan por debajo de la corteza terrestre; nada más alejado de su cosmovisión mágico-religiosa. La magia les es arrebatada, pero el afán por el conocimiento verdadero lo justifica todo.

Mientras que los habitantes de Uruapan se mostraron indiferentes a la situación, los fuereños, encontraron en el volcán recién emergido una atracción turística espléndida por su vistosidad y evidente belleza; un maravilloso espectáculo de la naturaleza, admirable por su carácter único. Por su parte, los habitantes de lo que había sido Paricutín no podían estar más alejados de compartir esta visión. Para ellos no hubo más que desencanto y una sombría aflicción al verse obligados a enfrentar la realidad, misma que los azotó estruendosamente al darse cuenta de que su único patrimonio se había perdido: se lo tragó la tierra. Una situación tan bizarra como desafortunada que bien pudo formar parte del conjunto de  leyendas cosmogónicas prehispánicas, de proporciones épicas de haber ocurrido al menos cinco siglos antes.

La tierra que salió de las entrañas terrestres junto con la explosión volcánica es mítica, misteriosa. ¿Qué tal si se trata de la mismísima materia con la que se formó el mundo? Por ello es irónico, amargo en cierta modo, que parte de ella tenga un destino tan insulso, tan poco digno: en la carne que un indígena come despreocupadamente. Esa misma tierra que databa de los albores de la creación saturó el ambiente y dañó las tierras de cultivo al dejarlas infértiles. Lo desconcertante del asunto es que la profecía insinuante respecto a la ciudad de México se ha vuelto realidad. Las campiñas, plantíos, canales y riachuelos de la ciudad han cedido casi completamente ante la masa de asfalto, de incesante crecimiento, dándonos un panorama engañosamente industrializado. La ciudad capital estará cubierta de ceniza indefinidamente, pero debajo de la lápida se conserva la memoria mientras haya interesados en compartirla.

[1] Extraído de un testimonio aparecido en Ultimas Memorias Vivas, corto documental de Antonio Zirión
[2] La Jornada Michoacán, cultura, 22 de febrero de 2008. http://www.lajornadamichoacan.com.mx/2008/02/22/index.php?section=cultura&article=009n1cul
[3] Tomado de la página web  oficial de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. http://www.umich.mx/mich/volcan-paricutin/excursion-historia.html